Capítulo 1

Diario de un viaje místico   

06 agosto 2000

Eran las seis de la mañana cuando el autobús se detuvo en la carretera y el conductor gritó el nombre del pueblo. ¡Xilitla! 

Muchos pasajeros bajaron, entre ellos estaba Teo que observaba como la neblina cubría la selva a su alrededor.

Fausto se frotó los ojos y se percató de que el chofer no era el mismo que recordaba hubiese visto el día anterior.

Esto lo puso a pensar un momento.

Marion leyó el viejo y oxidado letrero a un costado de la carretera que decía. “Las pozas y el jardín surrealista un kilómetro”.

El camión partió y los tres amigos se acomodaron las mochilas en la espalda para caminar. El ruido que hacían los pájaros al despertar los envolvió.

Aún no podían ver gran cosa a su alrededor a causa de la neblina, pero sabían por el sonido que un río corría cerca de donde estaban.

Solamente percibían a duras penas el camino de tierra que se adentraba en la selva y dejaba atrás la solitaria carretera.

Tras unos minutos de marcha, el día se aclaró. Y entre la neblina, distinguieron un gran portal de fierro a un costado de un río de agua azul claro.

Se detuvieron y dejaron sus pesadas mochilas.

Marion leyó con su acento francés la inscripción que estaba escrita en el portal. “El jardín surrealista de Edward James, horario de 9am a 6pm”.

Fausto se quedó asombrado viendo las columnas de concreto que se alzaban a un costado del portal.

Le recordó un poco a las pinturas de Remedios Varo que estudió en la universidad.

Teo y Fausto se sentaron en las bancas y contemplaron frente a ellos las columnas de concreto que surgían de entre los árboles de la selva, como si hubieran sido enormes esculturas de plantas que se extienden a un lado del río y por la colina.

Al ver que tenían que esperar hasta las 9am. Decidieron bajar al río por un pequeño camino. Llegaron a una poza de agua bajo el puente.

El calor empezaba a sentirse y Teo decidió meter los pies en el agua. Mientras que Marion y Fausto jugaron con el agua. Hasta que Marion les sugirió entrar al castillo surrealista atravesando por debajo del puente.

Teo negó con la cabeza y Fausto tomó sus cosas y se internó junto con ella hasta el otro lado. Desde ahí le gritaron a Teo para que se uniera a ellos. Pero él dijo que, iría más tarde.

Por alguna razón, se sentía distinto desde hacía dos noches, cuando durmieron en el desierto del Erial.

La risa de Marion hacía eco en el peñasco del otro lado del puente.  Teo la distinguió sin esfuerzo entre el ruido del río y los pájaros. Ya no se sentía celoso por el hecho de que Marion estaba ahora con Fausto. Aunque de nuevo percibía como la soledad se volvía a apoderar de su estado de ánimo.

Se levantó, tomó su mochila y se internó bajo el puente. Continuó por el camino de piedra río arriba y contempló por primera vez aquel increíble lugar.

Las esculturas de cemento enmohecidas por el tiempo y la humedad se mezclaban con la naturaleza.

Había múltiples caminos y escaleras que se perdían en la colina, pero Teo tomó el sendero que bordea el río pasando entre grandes pozas de agua hasta la gran cascada. 

A cada paso que daba en ese sitio Teo sentía que sus pensamientos se volvían más nítidos. Y tenía la sensación que estaba ahí por algo, como si todo ese viaje casual con sus amigos por México, en realidad fuera parte de su destino. Y al escuchar sus pensamientos, se preguntó —  ­­“¿Qué es la realidad? ¿Existe el destino?”

Y una respuesta resonó en su cabeza. “La casualidad no existe”.

Teo se detuvo y se dio cuenta que estaba en la terraza más alta de una de las edificaciones surrealistas. Desde ahí se dominaba toda la selva y vio que en una de aquellas estructuras estaban Marion y Fausto besándose.

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